viernes, 6 de noviembre de 2009

Viaje hasta el centro de una ciudad conocida:

¿Pasa por el centro?

—sí señorita.

Te sientas en la última silla. Sólo hay dos personas en el autobús: un señor de sombrero rojo y una chica de tu misma edad; miras el techo y por la ventana ves que el mundo cambia, se empieza a mover, sacas su libreta: de apuntes y escribes: Amo porque no sé. Levantas tus ojos y ves que la chica de tu misma edad te está mirando, apenada agachas tu cabeza y lees lo que acabas de escribir, haces un asterisco y debajo escribes: pensar es como soltar pájaros, regresas con tu mirada a la ventana y ves una valla con una modelo que está desnuda y vende una ron añejo, te das cuenta que es la chica de tu misma edad, ella te está mirando y cuando la miras se agacha como sosteniendo algo con las manos, tu haces lo mismo y te encierras en tu casa, la libreta, escribes: El viento me acompaña como una mirada que llora. Estás sofocada por el calor, ya no llueve, el centro todavía está lejos, los ojos y con ellos miradas se pasean por tu cara como aviones, te intimidan los ojos ajenos que te miran con una extraña familiaridad. Miras por el retrovisor de conductor y sólo ves los ojos de la chica de tu misma edad mirándote por el retrovisor; el señor de sombrero rojo se para, camina, toca el timbre, suena el freno a fondo, se abra la puerta, se escucha el viento, el señor de sombrero rojo desciende, se baja, se va, lo miras, parece un amaestrador de palomas, piensas mientras se aleja, el autobús retoma su marcha; recuerdas tus pájaros de la niñez y en lo jaulas que son ahora, te miras las manos y piensas en el tiempo, en lo que has esperado, sigues la línea la más gruesa, la del medio, hasta que te encuentras mirando a la chica de tu misma edad que se para y pasa a un asiento más cerca de el tuyo, te mira como si te reconociera pero se sienta y echa su mirada por la ventana. El calor te abraza como una sombra que se esconde en la epidermis, las líneas de tus manos sudan, hacen caudal para el río que crece de tus poros y se desliza hasta tu libreta que casi sin darte cuenta tiene una frase nueva: Porque el tiempo no es mi pasado ni mi futuro, el tiempo son las manos que están debajo de las manos. El conductor mira a través de uno de sus tantos espejos y te pasa una ligera mirada, el autobús está vacío, la chica de tu misma edad se para y se sienta a una silla de ti, te das cuenta que también ella tiene una libreta, y te mira, te mira reconociéndote como si fueras una valla de un ron añejo. Los espejos caminan entre las sombras, ven mejor en la oscuridad. Terminas la última página de tu libreta con esta frase. Todavía tienes calor, un olor viejo se levanta de las sillas hirvientes del autobús y te entra por los poros como explotándolos uno por uno, debe ser el calor el que te pone a pensar en esas cosas, tu lugar de destino está a una parada, es mejor que te bajes para que respires un poco el aire de colores del centro, piensas mientras te paras, tocas el timbre, suena la puerta de atrás abriéndose al otro lugar, al de la quietud, te bajas sin que aún el autobús pare completamente, tambaleas un poco y cuando subes tu mirada la chica de tu misma edad se sienta donde estabas, parece escribir algo, el autobús continúa, sigue, se va, se aleja, se pierde para poder llegar al centro de la ciudad.

Federico:


Debe ser como dormirse por la tarde y despertar desubicado, en otra tarde.

Los niños no sudan son muy buenos para sudar

Los niños lloran

Se esconden

Y abrazan runruneantes

Se enamoran de las mariposas

De las vecinas

De las cajas.

Los niños se mueren como los viejos

Los niños cantan

Saltan

Elevan cometas

Hasta debajo de la cama

Los niños duermen

Sueñan

Miran las estrellas

Sueñan las estrellas.

Los niños vuelan porque saben que están volando

Respiran, suspiran, muerden

se raspan,

Los niños son casas

grandes y chiquitas

Los niños son techos

y aguaceros.

Los niños son fantasmas blancos que salen de día

Son caracoles y lucecitas

Son hambre y cariño

Los niños viven

Juegan, se montan, se pierden

se van…

Suben y bajan en patines

En bicicletas, en nubes y en abrazos.

Los niños saben hablar, reír, sacar la lengua e irse corriendo

Los niños no saben qué es una esdrújula

No tienen grandes compañías

No estacionan, no van al banco

No tienen problemas con el tabaco,

No leen a Cioran, ni a Cammus, Menos a Nietzsche

Pero

Saben subirse a los árboles

Saben subirse a la luna.

Los niños son grandes como los tomates

Rojos como las jirafas

Los niños están en todas partes

En las casas

En los bosques

En los jardines

En los parques

En el Cielo.

Adiós.