domingo, 13 de marzo de 2011

El hombre muerto

No lo pensaría más, debía intentarlo, ¿qué perdería con sólo intentar? Ya había pasado mucho tiempo desde la primera vez que se le había ocurrido y estaba decidido, porque ¿qué otra opción tenía? Era un pequeño paso, sólo un pequeño paso para una nueva, por así decirlo, vida.

Desde que ella se fue no volvió a sentir nada, todo le daba lo mismo y pensaba que así estaba bien, dejó de asistir al trabajo, igual, ya no importaba el dinero, ya no tenía apetito, entonces ¿para qué comer? Todos sus amigos ya no estaban, se preguntaba si en realidad alguna vez había tenido algún amigo de verdad. Pero todo eso ya no significaba demasiado, ¿sentía algo aún? Se preguntaba cuando caminando desprevenido recordaba algún pequeño fragmento de lo que ella era: ella calle, ella árbol, ella dulce de algodón, ella cine en matinal, ella cascada fría, ella montaña, ella atardecer, ella y sólo ella, la única y al escribir única se alargaba en la tilde para aliviarse un poco la pesadez de la noche.

Estaba decidido, lo haría, además ¿qué se lo impedía? Estaba sólo y no tenía ningún impedimento, se decía a sí mismo y se marcaba las horas “a tal hora lo voy hacer” era muy sencillo, el único que se lo impedía era él mismo, nadie más.

Siempre iba a su casa después del trabajo, la invitaba a una gaseosa en la tienda amarilla y él se tomaba una o dos cervezas, para después dar la vuelta a la manzana cogidos de la mano mirando como caía la noche, hasta a veces les tocaba ver salir la luna como si fuera un sol y ella le apretaba la mano diciéndole sin palabras las cosas que él sabia que sólo sin palabras se pueden decir.

Ya había tomado la decisión, sólo que esperaba el momento adecuado, se sentía con fuerzas para hacerlo, pero le faltaba el impulso, algo que le dijera: ahora o nunca.

Estaba sentado en el bus yendo al trabajo, miraba como las últimas gotas de agua caían por el vidrio de la salida de emergencia, estaba tan entretenido que no se dio cuenta que alguien se había sentado a su lado: era ella, un poco mojada y con el pelo suelto más negro que sus zapatos. Era la primera vez que la veía y aunque intentó, no alcanzó a ver de qué era el libro que tenía entre los brazos, pensó que podía ser interesante, por lo del libro y por los ojos. De resto no le gustó.

Lo quería hacer, lo sentía desde lo más adentro de su estómago, se le había convertido en su único pensamiento.

La primera vez que hicieron el amor no le gustó tanto, fueron torpes y algo tímidos. Pero ese día la sintió cercana, como si la conociera una vez más por primera vez, la vio desnuda y fue tan distinto: pensó en cómo cambian los ojos de las personas cuando se desnudan.

Sólo ese pensamiento invadía su cabeza, si era tan sencillo por qué se demoraba en hacerlo, el procedimiento era simple, además en esta época, qué de raro tenía.

Se encontraron otra vez en el bus, en el de venida, no llovía. Él la reconoció y se sentó una banca más atrás para poderla mirar, Se dio cuenta que no estaba tan mal, que no sabía qué, pero tenía algo. Se bajaron en la misma parte y caminaron casi juntos dos o tres cuadras, pensó que en la próxima cuadra le hablaría, pero no fue capaz. Ya casi llegaba a su casa y ella seguía caminando casi llamándolo con la espalda.

Ella paró en la tienda amarilla y él siguió caminando resignado por su timidez, casi llegaba a su casa cuando desde atrás le tocaron el hombro. Era ella, tenía unos panes en una bolsa de papel y le dijo que lo invitaba, que si le gustaba ese murito, que los panes estaban recién sacados.

Era definitivo, lo haría, esta vez iba enserio.

El día que se cansó de ella, no sabía qué hacer, se sentía agobiado, ya todo le parecía lo mismo, ella calle, ella árbol, ella dulce de algodón, ella cine en matinal, ella cascada fría, ella montaña, ella atardecer, era ella en todo y él quería ella en nada. Hastiado pensaba en cómo sacársela de encima pero no daba con la respuesta.

Era el momento adecuado, todo estaba preparado, el corazón le latía al ritmo de un caballo de carreras, estaba decidido.

Cuando se la presentó, a su mamá no le gustó mucho la idea, le dijo que igual ella no se metía pero que sabía que no iba a durar mucho, que ella lo conocía lo suficiente para saber que dentro de 3 meses él ya no quería nada con ella.

El último respiro antes de hacerlo, le temblaban las manos, le sudaba la frente. Casi brisaba.

Le inventó una historia, le dijo que había estado con otra mujer, pero todo era sólo para alejarla, él la quería, pero sentía que ya no podía más, las mamás siempre tienen la razón, pensaba, pero ya ni eso importaba.

Había llegado el momento para hacerlo, sentía la fuerza correr por su sangre, respiraba duro, sentía que el corazón se le apretaba.

Se dejaron de ver, de hablar, él le dijo que era mejor así, que necesitaba estar solo y pensaba que ella también, que era lo mejor para los dos.

Ahí estaba, sólo lo haría, sin más ni más.

Pasó un tiempo, le entró el arrepentimiento, la quería de verdad, la sentía y la empezó a necesitar, quería volver con ella, pero sabía que no podía. Dejó todo por ella, se entregó al silencio.

Lo hizo y sin arrepentirse tomó el teléfono y marcó el número, del otro lado le contestaron: Si me vuelves a llamar te mato.

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